El concurso de reforma del Museo de la Paz de Gernika –Gernikako Bakearen Museoa– nace de una firme voluntad de adecuar un discurso a un tiempo y con ello define una manera de entender el museo sociopolítico como una suerte de organismo vivo. Nuestra propuesta de reforma planteó la transformación conceptual del Museo antes que la remodelación formal y económica. Se entendió la reforma como una doble oportunidad que permitía actualizar los contenidos y a la vez renovar el continente.
Se propuso una museografía innovadora, creativa y genuina, no tanto por los dispositivos expositivos empleados como por la propuesta de cambio de paradigma del Museo. El Museo dejaría de contar un relato para convertir al visitante en una suerte de investigador que ejercería de guionista y de protagonista absoluto del discurso, enfatizando su individualidad y abriendo así el espacio a todas las sensibilidades. El Museo contiene un pasado muy reciente, aún por escribir, que, guardado y clasificado, se convertiría en metáfora de lo irreversible.
La sola idea de que el Museo de la Paz contuviera en su interior el Cofre de la Memoria transformaba su contenido en un legado. No solo reproducía textos e imágenes, sino que los contenía y los clasificaba escenificando el fin de una etapa y el inicio de otra, construyendo ante los ojos de todos los ciudadanos la imagen de un triunfo colectivo y el impulso de una nueva conciencia.
La propuesta desarrolló los espacios previstos en la escalera y en la planta segunda, pero ofreció también la posibilidad de actuar sutilmente en la planta primera, invirtiendo el sentido de recorrido. Esquemáticamente, el cambio se resume en la creación de un ámbito de introducción, la esquematización de los ámbitos en “Introducción”, “Bombardeo” y “Respuestas”, y la culminación del ámbito “Respuestas” en Derechos Humanos en la escalera.
Esta secuencia se complementó con dos actuaciones de reforma de la planta segunda: por un lado, el ámbito final hacía un guiño al ámbito de introducción, haciendo que el principio y el final de la visita se vinculasen bajo el epígrafe local-global; por otro lado, proponíamos salir descendiendo por la escalera de evacuación, sin cruces ni repeticiones. En esta línea de vincular la nueva museografía con la existente, la caja de la memoria se sustentaba sobre los caminos de la paz: el espacio como metáfora.
El museo como actor
El Museo de la Paz debía hacer visible un cambio de escenario. La remodelación de la escalera y la segunda planta no solo era una oportunidad para adaptar los contenidos tras un nuevo escenario sociopolítico de esperanza, sino también para la resignificación del propio museo como actor. Un espacio de consenso y de participación, abierto a tantas lecturas como ciudadanos, que provocara una experiencia que no pudiera ser sustituida, aunque sí completada, por otros formatos de comunicación. Un lugar donde se convocase al visitante ciudadano como catalizador de conciencias y emociones.
El ciudadano como conclusión
La propuesta de reforma del Museo de la Paz convirtió la museografía en un nuevo escenario donde cada uno de nosotros podía mirar, leer, escuchar y hablar en libertad. Un lugar donde el visitante actor construiría su propia narración, un espacio que apelaría a una transformación total del sentido narrativo. El espacio de nuestra historia reciente y de nuestro futuro ya no sería una concatenación de capítulos, de salas en el espacio forzosamente correlativas, sino que la formalización del nuevo escenario sugería un espacio único, un paisaje por el que el visitante ciudadano pudiera deambular en completa libertad, haciendo que de él dependiera la construcción de su propia percepción. Un solo lugar donde el pasado, el presente y el futuro convivirían, y donde no habría interacción y nadie construiría significado sin el visitante.